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jueves, 21 de junio de 2018

Víctor Agustín Ugarte Oviedo

               Víctor Agustín Ugarte Oviedo

     EMV - Víctor Agustín Ugarte Oviedo

Leyenda del fútbol boliviano. Marcó la historia con sus regates, velocidad y goles. Lideró la conquista del campeonato sudamericano de 1963, llevando a la selección a lo más alto de su historia.
De origen humilde, pero apasionado por el fútbol, nació en la población de Tupiza, del departamento de Potosí el 5 de mayo de 1926. En ese entonces próspera población que vivía del comercio, y se veía favorecido por ser uno de los puntos donde los trenes que se dirigían hasta Villazón se detenían largamente para permitir que los pasajeros se aprovisionen de los manjares que ofrecían los niños y las mujeres.
Era el segundo de los ocho hijos de doña Juana y don Andrés. Quedaron huérfanos de padre cuando la Guerra del Chaco se los arrebató en 1935.
Fermín era el hermano mayor. Le siguieron Víctor Agustín, Bernardo, Corina, Nely, Juan Carlos, Marina y Bety, algunos de ellos viven en el país, otros en el exterior, en Argentina y Chile.
Bernardo recuerda que su primera vivienda era la hacienda de Chajrahuasi, propiedad del minero Carlos Víctor Aramayo, donde su padre trabajaba de ayudante. Para ir a la escuelita del pueblo  La escuelita 7 de Noviembre, él y su hermano Víctor Agustín se prestaban un caballo y pasaban el río… Así fue hasta que la familia decidió instalarse en el pueblo.
La vida les golpeó duro. Un día su mamá doña Juana (una señora de pollera, vendedora de verduras y estricta con sus hijos) tomó la decisión de ir a buscar trabajo a la Argentina, agarró a sus hijas y partió. Sus otros hijos nunca más la volvieron a ver, pues falleció en la tierra lejana.
El futuro crack se quedó a vivir con su tía Leandra en la calle Tarija, trabajaba junto con su hermano mayor en un taller de herrería y mecánica que hoy todavía existe. Fue ahí, a punta de trabajo, que formó un físico fuerte, tiraba el fuego de la herrería, manejaba el martillo y el combo.
Agustín trabajó desde sus nueve años con Fermín, pero después de dedicarle horas a sus obligaciones, siempre jugaban fútbol al final de la tarde con un pequeño grupo de amigos, entre ellos el músico, poeta y pintor Alfredo Domínguez, el otro motivo de orgullo de los tupiceños.
“Desde los 12 años se veía su talento. Él siempre jugó con alpargata, por que estaba de moda. No se podía comprar un par de cachos de puente porque eran muy caros. La alpargata costaba 10 bolivianos y el cacho 100”, recuerda Julián Alfred, un amigo de infancia de Víctor Agustín Ugarte.



Cuentan que se pasaba todo el día jugando a la pelota, fuera con un par de medias, una bocha de trapo, o una naranja; Ugarte se dedicaba de lleno a su pasión cuando no trabajaba en la fábrica de sus tíos.
Julián Alfred, quien aún recuerda con nostalgia que jugaban todo el tiempo cuando había sol e incluso bajo la lluvia.
“Él vivía a unas cuadras de mi casa, por eso siempre bajaba con la pelota para jugar, y en la mañana pateábamos la pelota; en la tarde igual, e incluso en la noche. Ahora ya no se ve a los niños que jueguen en las calles porque están frente a un televisor, un celular o una computadora. En esos tiempos no había otra cosa que el deporte”, rememora Alfred, que llegó a ser compañero de Víctor Agustín Ugarte en Huracán, para luego hacer todavía más memoria y recordar que “algunos jugaban básquet, otros voleibol, nosotros éramos amantes del fútbol”.
A los 17 años, Ugarte se fue a Tarija para prestar el servicio militar. Después de un año volvió a su pueblo, agarró trabajo en la Empresa de Ferrocarriles, que era un gancho para que jugara en el Club Ferroviario, archirrival de su equipo con el que empezó a mostrarse a los 12 años, el Huracán.

A sus 80 años, Alfred aún lo recuerda: “Fue un gran compañero y amigo. Además él era muy bueno para el boxeo, porque trabajaba en herrería y era fuerte y de temer. Era muy hábil y vivísimo. Tenía condiciones innatas de jugador. Cuando querían pegar a un menor de nuestro plantel él salía al frente y lo defendía. Hasta los 18 años no quería saber nada de mujeres y solamente pensaba en jugar”.
Ugarte era un gran dominador de la pelota. “Hacía tecniquitas de toda clase, con cualquier cosa hasta con una lata. Era un espectáculo verlo. El había nacido para ser un crack”.
Víctor Agustín frecuentaba la estación de Tupiza, gustaba de hacer amigos, contaba sus inquietudes, sueños y proyectos, como el de cualquier joven que quiere su tierra, pero nunca deja cerrada la puerta de la emigración.
“Si quieres ser futbolista de verdad tienes que ir a La Paz”, le aconsejaron. Aquella sugerencia penetró los sueños del joven que sucumbió a la tentación.
Un rol importante en la consolidación del estilo y la madurez del deportista jugó el que fue presidente del club Huracán un equipo tupiceño, Luis Villena Cabero. Él lo incorporó al equipo y lo apoyó con todo lo que pudo para que se convierta en un verdadero crack, aunque nadie pudiera imaginar entonces que llegaría a ser una figura internacional.
Cuando estaba maduro como deportista fue parte de un seleccionado local que enfrentó al club Bolívar, al que derrotaron con un gol de Víctor Navarro. Se había abierto una puerta.



En junio de 1947 a los 21 años, decidió viajar a La Paz para probar fortuna.
 “Voy por algunas semanas; si no me va bien, regreso”, les dijo a sus progenitores. Efectivamente retornó un mes más tarde, pero para recoger el resto de sus pertenencias y establecerse en la ciudad que le abrió las puertas de la fama.
Medía 1.68 metros, de físico esmirriado y andar saltarín, tenía una velocidad física y mental impresionante. Con el balón en los pies era endiablado y poseía una rara habilidad para colocar los balones con precisión milimétrica.
En su debut con la casaca de Bolívar, el 29 de junio de 1947, su equipo perdió frente a Ferroviario 1-2, pero él deleitó a la tribuna por el toque exquisito del balón. Pocos apreciaron su calidad en aquel momento porque Roberto Caparelli y Litoral eran el centro de las miradas
Fue en noviembre de aquel año cuando empezó a escribir sus páginas doradas en el fútbol. En el cotejo frente a Atlético Alianza, y cuando se jugaba los últimos minutos, tomó el balón cerca del área rival gambeteó y dejó en el césped al experimentado “Cóndor” Salazar para anotar el gol de la victoria del equipo celeste, que a la postre decretaría el descenso de Alianza, que nunca más volvería a la primera división del fútbol paceño.
Bendición para Bolívar o maldición para Alianza, aquella jugada merecería una serie de comentarios durante muchos años.
Bolívar, que se jactaba de tener a los mejores jugadores del fútbol boliviano, había dejado partir a Mario Alborta y  “Chingolo” Orozco; necesitaba un crack, una figura, y la presencia de Ugarte le cayó como anillo al dedo.
Bendecido por los dioses del fútbol, el 30 de noviembre de 1947, sólo cinco meses después de su debut, vistió por primera vez la casaca de la selección boliviana, en la inauguración del torneo Sudamericano cumplido en Ecuador.
El partido frente al dueño de casa terminó empatado a dos goles y Víctor Agustín Ugarte mostró sus sutilezas al lado del goleador Gutiérrez y el veloz puntero Orgaz.
Por considerar a la selección boliviana una de las más débiles del torneo incluso en la actualidad, casi siempre juega el primer partido con el anfitrión o esta en el grupo de éste.
“No tienes que ser tan cachañero, tienes que pasar la pelota”, le recomendó el guardameta Vicente Arraya; esta amonestación fue casi una sugerencia para el técnico que ordenó el cambio de Ugarte por Tardío. Aprendería la lección. Las recriminaciones y los resultados fueron su primera escuela.


En 1950, cuando el fútbol boliviano dio el paso al profesionalismo, Ugarte ya era el jugador mejor pagado, el más mimado, el más dedicado a este deporte.
En una entrevista dijo:
“Yo no trabajaba mientras jugaba, porque tenía que vivir del fútbol. Los demás se entrenaban dos veces a la semana, yo lo hacía todos los días y cuando no podía ir a la cancha, hacía técnicas en mi cuarto con una pelotita de tenis”, contaba Ugarte, años más tarde, cuando ya se había instalado en la galería de famosos y era el centro de las entrevistas.
No era una historieta. El destacado futbolista vivía en la Residencia Ballivián, y quienes acudían a ese hostal se quejaban de los ruidos que salían del cuarto de Ugarte. “Alguien se la pasa jugando en esa habitación”, se quejaban. El dueño sonreía y se disculpaba, porque tener un huésped de esa categoría le representaba una publicidad gratuita, aunque a costa del machihembre de aquella habitación.
Aunque el cintillo de capitán de Bolívar lo tenía el legendario Edgar Vargas, el dueño del balón, el que ejecutaba los tiros libres y los lanzamientos penal era Víctor Agustín Ugarte, el dueño de la casaca 8, que entonces era el armador del equipo, porque recién a partir de la década del 60 y con el surgimiento de Pelé, la casaca número 10 empezó a cotizarse más que las otras.
Al ver sus filigranas, la forma como manejaba el balón, la sutileza para descolocar a los guardametas y su peculiar manera de patear los penales: de espaldas al arco hasta el silbato del árbtiro. los relatores de la época lo apodaron “El Maestro”, calificativo que lo acompañaría hasta el día de su muerte. Los goles de volea, remates de más de 50 metros, buenos cabezazos y gambetas que —dicen algunos— hoy envidiaría el mismo Messi, le dieron el mérito para ser convocado a la selección boliviana, en la que marcó huella. Sus compañeros más de una vez destacaron que él era el alma del equipo.
En el Campeonato Sudamericano de 1949 en Brasil, la selección nacional ocupó el cuarto lugar y selló de esa manera una de las mejores actuaciones de Bolivia a nivel internacional de ese entonces. El motor de ese lauro fue Ugarte, quien para ese momento ya era titular inmovible.
El 22 de marzo de 1953, en plena inauguración del Campeonato Sudamericano y también la ignaguración del Estadio Nacional de Lima, Bolivia derrotó a Perú. El tanto lo marcó Víctor Agustín Ugarte, un gol que hizo llorar a los peruanos.
Atacó Perú y se defendió Bolivia, mientras las 50.000 gargantas de los limeños que alentaban a rabiar empezaron a languidecer con el paso de los minutos.
A tres minutos del final, “El Maestro” dejó en el camino a Heredia y con remate colocado superó al  portero Asca. El gol boliviano se escuchó en La Paz a través de las radios peruanas que se captaban en onda corta, y el hecho provocó gran algarabía. En la inauguración del estadio limeño, Bolivia derrotaba al Perú. “Es el gol que más recuerdo en mi vida”, decía Ugarte.
Pronto su fama trascendió las fronteras y los equipos famados le hicieron llegar tentadoras ofertas.
Ugarte no se va, le daremos una casa en La Paz y otra en Tupiza”, dijo Ballivián, el presidente del equipo académico en 1950, enterado de que el club peruano Sporting Tabaco intentó ficharlo.
En 1952 Millonarios y Boca Juniors también intentaron fichar al jugador. Sporting Cristal intentó cuatro años consecutivos lograr su pase. Siempre fue igual; la negativa de Bolívar. Incluso hasta se llegó a interponer el gobierno, pues el entonces presidente Urriolagoitia (poco antes de la Revolución) le prometió un chalet si se quedaba en Bolivia y no aceptaba la oferta de Boca Juniors.
“No está en venta, es patrimonio de Bolívar”, dijeron los dirigentes de este club cuando “El Maestro” recibió una invitación para ir a probarse al Real Madrid de España, en 1953.
Bolivia se preparó para jugar su primer partido de eliminatoria sudamericana para La Copa Mundial de Fútbol de 1958 a disputarse en Suecia, antes de esta eliminatoria los países eran invitados o abandonaban.
 El debut seria el 22 de septiembre de 1957 y entonces se planteó la posibilidad de cambiar la camiseta porque la blanca era considerada de “mala suerte”, tras recibir goleadas como el 8-0 del Mundial de 1950. Fue Víctor Agustín Ugarte quien propuso el color verde; aparentemente nadie se percató que, de contrabando, llevaba al equipo de todos el color del equipo de sus amores, del club Huracán de Tupiza.
En esa eliminatoria, con Víctor Agustín Ugarte como capitán de la selección, se concreta el histórico primer triunfo ante Argentina, 2-0. Fue un 6 de octubre y quedaría grabado en la memoria de los bolivianos. Sin embargo Bolivia quedaría segundo de su grupo y no clasificaria.






Hasta que en marzo de 1958, Ugarte viajó a Buenos Aires para enrolarse en San Lorenzo de Alamagro. “El Maestro” seguía los pasos de Vicente Arraya que en 1947 había jugado en Atlanta.
El 23 de marzo de 1958 Ugarte debutó en el Gasómetro con la casaca azul y rojo de San Lorenzo frente a Gimnasia y Esgrima. El partido terminó 3-3. Sanfilippo en dos ocasiones y Ugarte en la restante anotaron los goles azulgranas.
“Gol boliviano, gol de Ugarte” cantaba el relator Mario “Cucho” Vargas, quien relataba un  partido en La Paz y seguía por radio El Mundo de Buenos Aires la campaña de Ugarte en Argentina.
Una explosión de júbilo estalló en las tribunas, donde bolivaristas y strongistas celebraban los goles de Víctor Agustín, “El Maestro”.
No más de seis meses duró aquella experiencia, porque “El Maestro” añoraba la tierra y sus costumbres, los días en que no caminaba, porque la hinchada de bolívar solía llevarlo en andas desde el estadio Hernando Siles hasta la Plaza Murillo.
Jugó también en Colombia en el Once Caldas, de Manizales, compró su pase-, cuando el fútbol cafetero estaba repleto de estrellas de Argentina y toda Sudamérica. Allí mostró su buen fútbol y recibió el cariño de los hinchas. Pero añoraba su tierra y volvió una vez más.
Se dice que en ese país le ofrecieron naturalizarse, más 30.000 dólares, además hubiese jugado el mundial de 1962 en Chile. El Maestro no aceptó.
Ya en Bolivia, recibió un bofetón al no ser convocado para la selección de 1961 para las eliminatorias de La Copa Mundial de 1962 a jugarse en Chile, quizás justamente por esa oferta de Colombia que rechazo,  pero el clamor popular y el pedido de los periodistas lo reivindicó porque fue convocado nuevamente para integrar la selección de 1963, aquella que saldría campeona sudamericana, único logro de esta naturaleza para Bolivia. Ugarte hizo los goles más importantes del equipo y fue un factor clave para obtener el título.
Bolivia llegó a tocar el cielo con un título sudamericano logrado por muchachos que pusieron más valor que técnica y demostraron que sudando la camiseta se puede hacer respetar a la selección en la cancha.
El Sudamericano fue una experiencia vital para el jovencito chicheño que se declaraba hijo de la capital del mundo y jugaba como nadie arrancando después de la línea de medio campo hasta toparse con el arco rival y convertir goles que, según Julián Alfred, hoy no concreta “ni el propio Messi”.
Esa selección estuvo formada por: Arturo López, Roberto Cainzo, Eduardo Espinoza, Jesús Herbas, Eulogio Vargas, Wilfredo Camacho, Max Ramírez, Ramiro Blacutt, Máximo Alcócer, Ausberto García, Víctor Agustín Ugarte, Fortunato Castillo, Renán López, Edgar Quinteros, Isaac Álvarez, Alberto Tórrez, Antonio Aguirre, Abdul Aramayo, Hugo Palenque, Mario Zabalaga, Carlos Cárdenas y Oswaldo Villarroel. El director técnico era Danilo Alvin.
Los periodistas deportivos coinciden en que ese es el mayor lauro conseguido por la verde en toda su historia. Como no era para menos, se festejó con pompa y sonaja por los resultados conseguidos hasta alcanzar la final, y ganarla, en calidad de invicto.
Don Willy Camacho, capitán de la selección y hombre vital en la conquista del título Sudamericano de 1963 en Bolivia, recuerda que Ugarte, pese a que tenía 37 años, fue de lo más destacado de la Verde junto con Max Ramírez y Ausberto García, por citar algunos nombres.
Las radios relataron con vigor las incidencias del partido definitorio, en el que Bolivia buscaba la gloria ante un monstruo del fútbol, Brasil, en el estadio “Félix Capriles” de Cochabamba.
El encuentro fue duramente disputado y finalizó con nueve goles, 5-4 a favor de los bolivianos, con goles de Ugarte (29 y 69 minutos), Camacho (m. 44), García (m. 48) y Máximo Alcócer (m. 57). Para Brasil marcaron Fonseca (17 y 64 minutos), Almir Da Silva (m. 38) y Marco Antonio (m. 71).
Debutó oficialmente un 30 de noviembre de 1947 y tuvo su última participación, un 31 de marzo de 1963, llegando a jugar 15 años consecutivos, 4 meses y un día; marcó 16 tantos (7 de penal)
Ni siquier su paso por el Bolívar, San Lorenzo de Almagro, el Once Caldas y la selección nacional le dio la estabilidad económica que requería. Había nacido en una época en la que el juego con un balón no era un negocio, sino más bien el amateurismo estaba vigente en gran parte del mundo.
Tras la conquista del Sudamericano, de acuerdo al relato de De la Viña, hubo una declinación en su juego. Le puso punto final a su carrera deportiva en 1968 jugando para Mariscal Santa Cruz. Después se dedicó a la dirección técnica, entrenó una selección paceña que fue a jugar un campeonato nacional amateur; pero no le fue bien, no tuvo el éxito que logró como jugador.
El equipo de sus amores Bolívar dónde jugó gran parte de su carrera y ganó títulos nacionales, no organizó el cotejo de despedida; las promesas de los gobernantes de otorgarle un subsidio especial no se concretaron, sus hijos atormentaron su existencia con muchos problemas. Vivía de lo que ganaba conduciendo un taxi y jugando los fines de semana en las villas.
Los familiares del jugador dicen que nunca pensó en sí mismo y, por el contrario, siempre lo dio todo para que el fútbol nacional destacara.Con el paso de los años sus capacidades menguaron.
Entrada la década del 90, “El Maestro” empezó a enfermarse de nostalgia, esta vez de protagonismo. Qué desdén de la vida: fue a la cárcel por garantizar un cheque a uno de sus hijos. Los jóvenes lo ignoraban, los mayores ya no le adulaban, se había acabado su ciclo y el 20 de marzo de 1995 falleció solitario en el Hospital General, recordando los días de mozuelo en Tupiza y las tardes de gloria en el Hernando Siles.

Falleció el 20 de marzo de 1995 a causa de un paro cardiorespiratorio cuando era operado por un problema biliar en el Hospital Obrero de La Paz.

Homenaje
Fue condecorado con el “Cóndor de Los andes” y la “Copa de Campeones”, otorgado por el gobierno del país. Distinciones otorgadas por la Secretaría General del Deporte y la Juventud, réplica del trofeo del Campeonato Sudamericano ’63.
En homenaje al mejor jugador del fútbol boliviano de todos los tiempos, llevan su nombre escuelas de fútbol, calles, avenidas. En Tupiza existe un museo, en la calle Junín, del Club Deportivo Huracán, en el que dio los primeros pasos de su carrera. En uno de los muros de la casa se observa pintado el rostro de “El Maestro” Ugarte, y en sus ambientes están colocados cuadros que reflejan su paso por Huracán, Bolívar, San Lorenzo, Once Caldas y la selección nacional. El principal estadio de Tupiza, también lleva su nombre.
El Principal Estadio de la ciudad de Potosí en sus inicios en 1991, se llamaba "Estadio De San Clemente", en 2000 pasó a llamarse Mario Mercado Vaca Guzmán y finalmente en 2008 pasó  a llamarse "Estadio Víctor Agustín Ugarte, en homenaje al Mejor Jugador Del Fútbol Boliviano.


"Tengo la esperanza de conducir una escuela de futbol en nuestro país. Los chicos deben ser guiados desde sus primero pasos.
Actualmente estoy entrenando al seleccionado de Milluni que participará en el Torneo Nacional Minero , seré director técnico, porque creo que es muy dificil que pueda dejar el futbol."